miércoles, 10 de enero de 2024

PENSAMIENTOS EN EL SILENCIO DE LA NOCHE

Quizás esas sanaciones que Jesús hace a muchos de los que le siguen y le ruegan que les cure son signos de su Amor y Misericordia. Pero, sobre todo, de su poder sobre la enfermedad y la muerte. Sin embargo, llegará un día en el que compartiremos nuestra muerte con la de Él.

A lo largo de mi vida experimento que todo lo que consigo, una vez logrado, me deja igual. Siento el vacío de volver a empezar. ¡Nada me llena, Señor, solo Tú me das la plenitud de sentirme lleno y en paz. Porque, Tú, Señor, nunca te vas, siempre estás y permaneces en mí.

Él entregó su Vida por cada uno de nosotros. Y los que creen en Él también resucitarán. Esa es la verdadera curación para la Vida Eterna y la que realmente debemos buscar. Claro está que todos procuramos vivir esta vida lo más saludable posible, pero también es verdad que sabemos que un día pasaremos a la otra vida, la que realmente es para siempre. Es esa vida la que realmente interesa salvar. Jesús es el único y verdadero Médico que nos salva.

No somos dueños de todos los bienes recibidos. Simplemente, somos administradores para compartirlos con los más necesitados. Incluso con los que menos han recibido y carecen de lo más imprescindible para vivir. Y uno de los mayores tropiezo que se nos presenta es la gula, de la que nos habla hoy el Papa Francisco, que nos envuelve en un egoísmo feroz que nos impide compartir con los que no tienen.

El Papa Francisco nos habla en la audiencia de hoy de la gula, la locura del vientre como, nos dice el Papa, la llamaban los Padres antiguos. No cabe ninguna duda que la gula despierta ambiciones de poder y riqueza que separan y dividen y que marginan a los pobres. El Papa Francisco nos pone como referencia la sana alegría de las bodas de Caná donde lo bueno, lo que da sentido a nuestra vida es el deseo sano y fraterno de compartir. Sobre todo con los más necesitados.

Os exhorto a recordar esto que vale por todo: no dar a los pobres de los propios bienes es cometer con ellos una rapiña y atentar contra su propia vida. Recordar que no retenemos lo nuestro, sino lo de ellos. Si fomentamos esta disposición en nosotros, daremos largamente de nuestra riqueza, alimentaremos aquí a Cristo hambriento y tendremos allá un gran depósito (CJ – Cuadernos – 234 – Ricos y pobres en el Nuevo Testamento – José I. González Faus).

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