martes, 23 de enero de 2024

PENSAMIENTOS EN EL SILENCIO DE LA NOCHE

Esa es la característica que nos distingue y une a los cristianos: la unidad fraterna. Y si esa condición fraterna no se cumple no hay hermanamiento ni cumplimiento de la Voluntad de Dios. No cumplir la Voluntad del Padre nos divide y separa.

Esa es la clave, Señor, hacer de mi corazón un corazón humilde como el Tuyo. Y eso solo lo puedo lograr contando con tu Gracia, porque, solo Tú, Señor, puedes transformar mi corazón en un corazón semejante al Tuyo. Amén.

Sabemos, y la experiencia nos lo confirma, la dificultad que  supone amarnos como hermanos. Una hermandad que supone amor y misericordia hasta el punto de compartir en igualdad lo que realmente somos y tenemos. Diríamos que nos es imposible si no estamos conectados y unidos al Espíritu Santo, que es Quien nos guía, nos capacita y realmente nos une. En Él seremos capaces de llegar a unirnos fraternalmente.

Lo más importante de nuestra vida es saber que todo lo material y logros que aquí consigamos no nos van a servir para nada. Todo se quedará aquí y nada nos aprovechará. Simplemente, nos llevaremos todo el amor y la misericordia que seamos capaces de dar y compartir. Es ahí donde está en verdadero tesoro y lo que debemos de cuidar y dar.

El soplo del Espíritu hace de la persona humana una imagen de Dios (Gn 1,27); el Espíritu habló por los profetas, hizo posible la encarnación de Jesús en el seno de María de Nazaret; el Espíritu descendió sobre Jesús en el bautismo y guio toda su vida: le dio fuerza en la pasión y la cruz, le resucitó de entre los muertos, como primicia de nuestra futura resurrección (CJ – Cuadernos 235 – El Espíritu sopla desde abajo – Víctor Codina).

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