La reconciliación
es el camino que señala el amor. No hay amor donde no hay verdad, justicia,
misericordia y, en consecuencia, reconciliación. Es, precisamente la reconciliación,
la chispa que prende la llama de la justicia y el amor, de donde nace la paz.
Gracias, Padre por
revelarme mi condición de hijo, por anunciarme tu amor misericordioso por medio
de tu Hijo predilecto, mi Señor Jesús, y por rescatarme, por su Pasión, Muerte
y Resurrección, para la Vida Eterna en tu Reino.
Tenemos una
factura que pagar. Una factura donde se recogen toda nuestra soberbia, odio,
ira, deseo de venganza y poder, egoísmos, imposiciones por la fuerza…etc. Todos
esos delitos o pecados, que atenta contra el otro y lo matan, tendremos que
pagarlos en y con la actitud y esfuerzo de tratar de purificarnos despojándonos
de ellos. Eso traerá nuestra buena intención de reconciliarnos con el hermano
ofendido y luego con nuestro Padre Dios al que pediremos la fuerza y fortaleza
para transformar nuestro corazón endurecido en un corazón suave, manso,
reconciliador y misericordioso.
Todo esto requiere
mucho trabajo. Imagínate también el trabajo que supone llevarlo desde ese punto
de origen hasta tu plato: el transporte,
el procesamiento y el envasado, la entrega en la tienda y, finalmente, el consumidor
(o alguien en su nombre) comprándolo y llevándolo a casa. A lo largo de este
viaje se toman muchas decisiones, y todas ellas se hacen pensando en los gustos
del consumidor, ya sea respondiendo a ellos como comerciantes honestos o
manipulándolos (CJ – Cuadernos – 228 – El desperdicio de alimentos – José
Carlos Romero y Jaime Tatay (coord..).
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