Esa es la
cuestión, pedirlo con fe. Porque, el Señor ha venido precisamente a eso a
limpiar - salvar - a los pecadores. Y todo aquel que se acerque a Él con fe y
deseos de ser limpiado de todo pecado - lepra - quedará limpio. Tengamos esa
confianza y acerquémonos al Señor.
Sé, Señor, que mi
camino, sin tu presencia, será equivocado. El mundo me puede, me engaña y me
seduce. Y me arrastra al mal y a dar rienda suelta a mis egoísmos, pasiones y
placeres. Guía mis pasos, Señor, para que llegue a buen puerto.
Es evidente que si
no te acercas con fe tus peticiones no van a ser escuchadas. Al Señor no se le
puede engañar. Él conoce todo lo que hay en lo más recóndito de nuestro corazón
y sabe de nuestras intenciones. Primero descubrir que el Señor – si quiere –
puede limpiarte. Y, segundo, que todo lo que le pidas al Señor con verdadera fe
te será, si te conviene y es para tu bien y salvación, dado.
El paralelismo de la
poesía hebrea revela la identidad entre amar la justicia y pensar bien de Dios.
Si Dios se ha revelado como Justicia Perfecta, no puede haber verdadero
conocimiento de Dios sin la práctica de la justicia. Otra ves la sabiduría
coincide con la profecía, pues eso mismo había dicho el profeta Jeremías
(22,16): «Practicar la justicia, ¿no equivale a conocerme?».
Desde ahí ya se percibe cómo debe comportarse el verdadero creyente (CJ – Cuadernos – 227 – Sabiduría divina – Los pobres en los libros sapienciales de la Biblia – José I. González Faus).
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