Si realmente
queremos parecernos lo más posible a Dios tendremos que ser lo más
misericordiosos y justos posibles. Eso, sin el hecho de compartir lo que somos
y tenemos, no será nunca realidad ni posible. De tal forma que en la medida que
compartamos, más cerca de Dios estaremos.
Saber, Señor, de
tu Infinita Misericordia y de tus deseos de invitarme a compartir tu Reino, me
llenan de gozo y esperanza. Te pido que me ayudes a aceptar tu invitación
porque es lo que yo también más deseo. Líbrame de las seducciones de este mundo
y de mis propias ambiciones y pecados.
Y es precisamente
donde más se identifica al cristiano: Su amor abierto a la generosidad y su
capacidad para actuar en todo momento de manera misericordiosa tratando de
imitar al Señor. Sin amor, justicia y misericordia, por muchas oraciones,
novenas y eucaristías que vivamos, estamos lejos de Dios. Nuestra vida dirá lo
contrario al ser cristiano y nuestro testimonio será negativo. Quizás,
preguntémonos: ¿Será eso lo que realmente está sucediendo?
Y desde ahí brota la crítica de Dios a tantas justicias humanas:
Dios juzga rodeado de ángeles: «¿hasta cuando daréis sentencia injusta poniéndoos de parte del culpable? Proteged al desvalido y al huérfano, haced justicia al humilde y al necesitado, defended al pobre y al indigente sacándolos de la mano del culpable» […]. Ellos inocentes e insensatos caminan a oscuras mientras vacilan los cimientos del orbe […]. Levántate, oh, Dios, y juzga la tierra porque Tú eres el dueño de todos los pueblos (Sal 82, 2-5.8) (CJ – Cuadernos – 227 – Sabiduría divina – Los pobres en los libros sapienciales de la Biblia – José I. González Faus).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu pensamiento es una búsqueda más, y puede ayudarnos a encontrarnos y a encontrar nuestro verdadero camino.