No es cuestión de
cumplir sino también de perdonar. Y perdonar siempre que el perdonado lo pida y
tenga propósito de enmienda. Porque, en la medida que nosotros perdonemos
seremos también perdonados. Digamos que la misericordia es nuestro
salvoconducto.
Desde mi nacimiento a la Palabra de Dios y a la Vida de la
Gracia, tú, Espíritu Santo, me has acompañado por el camino de este mundo.
Purifica mi corazón y transfórmalo en un corazón humilde y misericordioso
semejante al de mi Padre Dios.
A simple vista parece fácil. Al menos no tan difícil, pero en la práctica no es nada sencillo ni fácil. Es más, diría que nos resultará imposible porque la misericordia exige humildad, y la humildad nos pide en muchos momentos humillarnos, hacernos pequeños y aceptar nuestra propia debilidad. Solo el que se humilla es enaltecido, y el que se enaltece es humillado.
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