Si llegáramos a
comprender el grandioso e inmerecido Amor de nuestro Padre Dios caeríamos
rendidos a sus pies. Todo lo que somos es obra suya y nada de lo bueno que hacemos
viene de nosotros. Así que de nada podemos presumir. De modo que, es por eso,
la necesidad de ser humildes y agradecidos.
Señor, que sepa
siempre sostenerme en tu presencia y que mi objetivo sea revestirme de tu
Gracia por la acción de tu santo Espíritu para que mi corazón transpire tu
misericordioso amor. Amén.
Hay momentos que,
el Amor de Dios, me parece un sueño como el de esos cuentos fantásticos de
hadas, príncipes y maravillas. No puedo ni llego a entender como Dios soporta pacientemente mis
ofensas y pecados y encima me ofrece la salvación eterna. A veces me toco y
percibo que realmente existo y que desde lo más profundo de mi corazón siento
un deseo de eternidad y de amor misericordioso. Y me pregunto: ¿es ese mi Padre
Dios?
No se trata de practicar ni de vivir dentro de unas normas. Se trata de amar con misericordia y eso solo lo podremos descubrir cuando tenemos un serio y profundo encuentro con Jesús.
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