Son muchos los que
se vuelven atrás. Su fe queda debilitada por lo angosto del camino, la dureza
del terreno y los abrojos y abruptos que presenta el recorrido de la vida. La
parábola del sembrador lo tipifica muy bien, solo la tierra buena, que deja
hundir las raíces, da fruto.
Quiero, Señor,
acallar mis voces interiores y hacer silencio dentro de mí para buscarte en mi
corazón. Porque, sé, Señor, que allí estás Tú. Y quiero escucharte para hacer
tu Voluntad y aparcar la mía. Porque sé, Señor, que es tu Voluntad la que me
dará la felicidad eterna.
Perseverar exige
fe, y la fe es un don de Dios. Por tanto, creer y confiar en la Palabra de Dios
comporta fiarse incluso sin ver, tal sucedió con Tomás, y aceptar que en el
Señor todo se cumplirá y se hará realidad. Sí, Jesús ha resucitado, lo hablaba
hoy con un amigo, y eso es lo único y verdaderamente importante. En Él se
cumplen todas las profecías del Antiguo Testamento y en Él toma verdadero
sentido nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida.
Hay quienes se
empeñan en meterte por el mismo agujero. Presenta a un Padre Dios inflexible,
más cerca del Antiguo Testamento que del Nuevo. No escuchan ni tienen en cuenta
las Palabras del Hijo y del anuncio de la Misericordia Infinita de Dios Padre.
Una Misericordia
de esas característica, única e infinita, no puede condenar a quien responde a
la Alianza que tiene sellada a fuego en su corazón (Jr. 31,31-34), cree en ella
y vive en el esfuerzo del amor y la caridad. Quizás, las circunstancias de su
vida no le hayan permitido ni conocer a Jesús ni caminar en su Iglesia, pero sí
en el Amor y la Misericordia. Precisamente, la Voluntad de Dios.
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