Tenemos ahora
cincuenta días, hasta Pentecostés, donde el Señor se va manifestando a los
apóstoles que todavía no terminan de creérselo. ¿Nos pasa también a nosotros lo
mismo? Tratemos, pues, también en estos cincuenta días de estar atentos a las
apariciones del Señor en nuestra vida.
El Señor Vive y
camina junto a nosotros. Y nos llama a cada uno por nuestro nombre, nos reúne y
nos envía a que digamos a los demás que vive, ha Resucitado y nos llama a una
vida eterna en gozo y felicidad.
Experimentamos que
nuestra vida es una bendición permanente. Con ella, cada instante, es un
momento de luz y de testimonio de la presencia del Amor Misericordioso de
nuestro Padre Dios.
Cada instante es
un regalo con el que podemos dar un fuerte abrazo a nuestro Padre Dios y
manifestarle nuestro amor. Y lo hacemos cuando tenemos en cuenta al que está a
nuestro lado y tratamos de amarlo tal y como nuestro Padre Dios nos ama a cada
uno de nosotros.
Esos actos de amor
son verdaderas oraciones con las que realmente abrazamos fuertemente al Señor.
No busquemos cosas
grandes ni heroicas, simplemente lo sencillo y natural como la verdad, la
justicia, el respeto, la ternura, la mansedumbre, solidaridad... etc., en la
medida de lo que cada cual pueda dar. Pero, siempre en esa actitud de hacer el
bien.
Quizás no nos
hayamos dado cuenta todavía, pero nosotros también vamos de camino. Tu vida,
nuestra vida es un camino en el que nos conviene descubrir la presencia del
Señor Él es precisamente lo que buscamos, el gozo y la felicidad eterna.
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