Jesús, el Señor,
nos conoce perfectamente a cada uno de nosotros. Sabe de nuestras dudas,
debilidades, tentaciones e inseguridades. Por eso, está también cerca de nosotros
y, a través de otros, de gestos, actos u acciones se nos va manifestando.
Danos, Señor, el don de la fe
El mundo nos
puede, nos arrastra con sus seducciones y tentaciones. Nos hace esclavos del
pecado y nos quita nuestra libertad. Solo Jesús, el Señor, la Verdad, Camino y
Vida nos libera y llena de esperanza.
Estemos atentos y
en sintonía con Él porque nos habla de muchas maneras y a través de muchos
acontecimientos que se presentan en nuestra vida. Eso sí, nosotros por nuestra
parte debemos estar muy atentos, tener espacios de escucha y oración y, sobre
todo, de discernimiento y reflexión sobre lo que, sobre todo, el Espíritu me
vaya soplando y señala
Confieso que muy
pocas veces, por no decir casi nunca, he pensado y discernido sobre mis pecados
de omisión. Y me pregunto cuántas veces no he dicho lo que debía decir o no he
compartido lo que debía compartir. Supongo que también los apóstoles pasaron por
eso. Leamos con atención y discernimiento el Evangelio del viernes y saquemos
conclusiones.
La virtud de la
justicia, de la que nos habla hoy en su audiencia de los miércoles el Papa
Francisco, es la virtud de la que no puede prescindir las personas y menos los
pueblos. Porque, la convivencia exige como premisa imprescindible, su presencia
para que reine la verdad y la paz. De lo contrario, solo tenemos que mirar cómo
está el mundo cuando se le da la espalda y se omite.
Hoy el Papa Francisco nos habla de la justicia, virtud social por excelencia que el catecismo de la Iglesia Católica define así: La virtud moral que consiste en la constante y firme voluntad de dar a Dios y al prójimo lo que les es debido. Y es que donde no haya justicia la convivencia e igualdad entre las personas no existe, se desvanece y termina en conflicto. Leamos lo que nos dice el Santo Padre.
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