La respuesta de
Pedro fue muy sensata y sabia: ¿A quién vamos a acudir? ¿Acaso, esto lo digo
yo, el mundo nos ofrece algo valioso y eterno? Porque, el valor de cualquier
cosa que nos pueda dar felicidad tendrá que ser eterno, pues si no es así, de
nada vale.
Toma, Espíritu
Santo, mis oídos, mis ojos y mi boca y orientales hacia el bien. Cierra mis
oídos a toda murmuración y guarda mi boca de toda maledicencia, que solo
permanezcan en mí el lado bueno de las cosas. Amén.
Y el mundo,
nuestro mundo de aquí abajo es caduco. Nadie se queda ni nada es eterno. Por
tanto, Pedro respondió muy bien: Solo tú, Señor, tienes Palabra de Vida Eterna.
Y eso nos basta para saber que eres el Santo de Dios. Pero ahora nosotros, los
de este tiempo sabemos más: tú, Señor, has muerto y Resucitado. Por tanto,
tienes poder sobre la muerte y eres eterno. En tus manos ponemos nuestra vida
esperando la eternidad. Amén.
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