Se nos hace
difícil sostener esa ingenua e infantil curiosidad y buena intención de niño.
Se nos olvida pronto esa etapa vulnerable de dependencia de nuestros padres y
de los mayores en todos esos años de nuestra infancia.
Señor, has querido
quedarte dentro de mí. Ésta es tu casa y yo quiero estar siempre abierto a Ti,
a tu Palabra, a tu Voluntad y serte fiel y obediente. Tú me la has regalado y
quieres que yo te la ofrezca libre y voluntariamente. ¡Señor, quédate a vivir
para siempre en mi casa!
Y, ahora, siendo
mayores nos olvidamos de agradecer y ser respetuosos con ellos. ¿Nos estará
pasando eso mismo con nuestro Padre Dios? ¿Nos olvidamos de que a Él le debemos
todo? Tratemos de ser como niños para acercarnos a nuestro Padre Dios.
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