No es cuestión de
dar a cada uno lo suyo, sino de poner a Dios en el primer lugar de nuestro
corazón. Porque, de no ser así incluso no daremos con equidad lo que le
corresponde a cada uno.
Hay momentos que
se hace de noche en mi corazón. El mundo se me viene encima. Sin darme cuenta
son mis afanes, a veces infantiles, los que perturban mi corazón. Es ese
momento cuando debo levantar mi mirada, Señor, y darme cuenta de que Tú estás
presente y a mi lado.
Si Dios no es lo
primero y el centro de nuestro corazón, tampoco será la verdad, la justicia y
la misericordia lo que brille en nuestro corazón. Reinará la hipocresía, la
mentira, la injusticia y, como mal menor, lo que realmente interese a nuestros
afanes y pasiones.
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