El objetivo es
darnos plenamente, y eso debe ser nuestra máxima meta. Claro, que reconocemos
nuestra pequeñez, nuestras limitaciones y, sobre todo, nuestros pecados, que
nos impiden ser perfectos.
Todo es diferente
cuando estamos en la presencia de Dios. Sin Él la vida pierde todo sentido y la
oscuridad nos amenaza en cada instante. Nos ha entregado a su Hijo para que
aprendamos a hacer su Voluntad. Él, el Hijo, nos lo enseña, nos muestra a su
Padre y sana todas nuestras heridas.
Pero, también
debemos tener siempre presente que no estamos solos, que desde la hora de
nuestro bautizo hemos recibido al Paráclito- Espíritu Santo - que nos acompaña
para superar esos obstáculos y perfeccionar nuestros defectos con el fin de
irnos perfeccionando y superando todos nuestros fallos hasta llegar, por la
Gracia de Dios, a la plenitud.
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