También nosotros
somos llamados. Y de manera concreta, con fecha, hora y día en el instante de
nuestro bautismo. Ahora, cada cual según sus cualidades y talentos. Y eso te toca
a ti, como también a mí, descubrirlo en el recorrido y trayecto de tu vida.
Ese, Señor, es mi
propósito de cada día. Un propósito que siempre queda en eso, en propósito. Nunca
termina por consumarse. Pero, yo sé, Señor, que no depende de mí sino de tu
Gracia y de tu Amor Misericordioso. Por eso, Señor, aunque parezca contradictorio
por mi parte, insisto y te pido cada día que aumentes mi confianza en Ti. Amén.
Pero, necesitamos despojarnos de todo aquello que representa seguridad y nos hace creer que somos nosotros los que actuamos y conseguimos hacer. La fe es creer en el Poder y Amor Misericordioso de nuestro Padre Dios, y, confiados, ponernos en sus manos para que sea Él quien actúe y realice su Voluntad valiéndose de nosotros. Voluntad que es amarnos y salvarnos. Porque, para eso, nuestro Padre Dios, envió a su Hijo.
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