Por mucho que
busquemos a Jesús, el Señor, en el cumplimiento, en la piedad, en el éxito,
incluso en la paz acomodada e instalada en la comodidad, nunca lo
encontraremos. Jesús, el Señor, está en la cruz de cada día.
Señor, Tú lo sabes
y yo lo reconozco, por tu Gracia que sin Ti, estoy perdido y no resistiré los
embates y seducciones de este mundo, del demonio y de mi propia carne. Te suplico
y ruego que te quedes conmigo esta noche y me fortalezca para poder resistir
mis debilidades y pecados. Mañana, Señor, te daré gracias y te volveré a pedir
que te quedes una noche más. Gracias.
Una cruz que
emerge de la verdad, de la justicia, del amor misericordioso y solidario con
aquellos que lo pasan mal, que sufren, que ignoran, que son débiles y son presa
fácil para muchos que los explotan para sus intereses. Es precisamente ahí
donde Jesús se hace presente y solidario. Es ahí donde Jesús entregó su Vida en
una muerte de Cruz, y es ahí donde únicamente podemos también nosotros
encontrarle.
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