Cuando tratas de
responder la exigencia de tu fe, experimentas cierta inclinación a desposeerte
de ti mismo. Sientes deseos de dar y darte hasta el extremo del olvido de ti
mismo. Al mismo tiempo descubres tu pequeñez, tus propias cadenas y
limitaciones que te atan al mundo, a la amenaza del demonio y a tu propia
carne.
Es lo más grande y
lo que todos buscamos, vivir eternamente en un Reino como el que Tú, mi Señor,
nos promete y nos ofrece. Un Reino de justicia, amor y paz. Un Reino donde el
amor es el vehículo que nos une y nos sostiene. Un Reino donde la felicidad se
hace presente en cada momento y donde el hombre, criatura de Dios, satisface
todos sus anhelos y gozos. Amén.
Es entonces cuando
descubres y experimentas que necesitas el auxilio y la asistencia del Espíritu
Santo, que has recibido en la hora de tu bautismo. Solo en y con Él te sientes
fuerte y capaz de vencer y rechazar todas esas tentaciones y seducciones que mundo,
demonio y carne te proponen. Y, precisamente, en esa lucha de cada día, vas
dando testimonio de tu fe y proclamando que Jesús, el Señor, el Hijo de Dios,
Vive.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tu pensamiento es una búsqueda más, y puede ayudarnos a encontrarnos y a encontrar nuestro verdadero camino.