Es evidente que
cuando miramos al Señor por encima de todo lo creado, nuestro actuar es
diferente. Porque, por encima de la ley que han puesto los hombres, está la Ley
de Dios, impresa en el corazón del hombre.
Sé, Señor, que Tú
estás presente en todo momento de mi vida. Y, también, sé que Tú eres mi
refugio y mi descanso en esos momentos que parece que mi vida se derrumba y no
se sostiene. Entonces apareces Tú con tu Gracia y todo vuelve a construirse, a
fortalecerse y a tomar sentido. Me pregunto, Señor, ¿qué sería de mí si Tú no
estuvieses en mi vida?
Una ley que nos
habla de amor y misericordia. Y es esa Ley la que debe conformar y dirigir
nuestro vivir y actuar. Una Ley cuya sustancia principal es el Amor
Misericordioso con el que el Señor nos trata y nos ama. De ahí que sus palabras
sean esta: "Quiero misericordia y no sacrificios".
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