Nuestras
incoherencias pueden ser escándalos y malos ejemplos para otros. Por tanto,
debemos exigirnos ser coherentes respecto a la exigencia de nuestra fe,
tratando de que nuestra propia vida esté de acuerdo con nuestras palabras y
obras.
En muchos momentos
me pregunto qué sería de mi vida o que rumbo tomaría si Tú, mi Señor,
desaparecieras de mi vida. ¿Quién, me digo, me podría llenarme de esperanza y
vida eterna en plenitud como lo haces Tú, Dios mío? Nadie como Tú, mi Señor, en
el que pongo todas mis ansías y deseos de felicidad eterna.
Una fe que nos
llama a amar como Jesús, el Hijo de Dios, nos ha enseñado a amar. Un amor que a
la vez exige esfuerzo, sacrificio y correspondencia desde la libertad de quien
recibe y desea darse para corresponder al gozo de amar y ser amado. Una fe que
pide que tus derechos sean los mismos que los derechos de los demás, pero que
también tus deberes se correspondan con tus derechos.
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