No es cuestión de
cruzarse de brazos, ni tampoco de quejarse, sino de ponerse en camino. La
consigna está proclamada: Amar hasta el extremos de servir al más necesitado e
incluso al enemigo. Un amor misericordioso que traspasa las fronteras del odio,
venganza y soberbia.
Y yo, Señor,
quiero seguirte porque sé que Tú eres la Luz que necesita mi vida para
encontrar ese camino de felicidad eterna que tanto ansío y que sólo está en Ti.
Guíame, Señor, y alumbra mi vida según tu Palabra y tu Amor Misericordioso.
Amén.
Un amor que exige
confianza, fe y buenos deseos; un amor que no pregunta sino obedece, es
inocente y bien intencionado. Un amor que es como un niño que mira a su padre y
le sigue, aunque no le comprenda, sin rechistar. Un amor que se fía de la
Palabra del Padre y se deja cargar en sus hombros. Un amor de niño, de oveja
perdida y desorientada que se alegra cuando oye la voz de su amo.
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