No es cuestión de
imponer nuestras ideas o criterios. Simplemente se trata de dejar que los
criterios de nuestro Padre Dios hablen desde lo más honde de nuestros corazones.
De la misma manera que escuchábamos a nuestros padres cuando éramos niños.
María, Madre de
Dios y, por su Gracia, Madre también nuestra. Eres nuestra luz, nuestro camino
y nuestra esperanza para, por ti llegar a tu Hijo, y por tu Hijo, nuestro
redentor y salvador, llegar al Padre. Padre de Amor Misericordioso que nos
invita a compartir su Gloria.
Sin embargo,
nuestra realidad es que eso que decimos y creemos no es tan fácil llevarlo a la
práctica. Nos cuesta. Hay primero que pasar por una guerra de muchas batallas
de cada día. Vencer nuestra soberbia, nuestra ira, nuestro odio y venganza.
Superar nuestros egoísmos, nuestros vicios y apetencias, nuestros rencores y,
en definitiva, liberarnos del pecado. Y eso sólo lo podemos hacer dejando
entrar el silencio en nuestro interior, escuchando la Palabra de Dios y
dejándola entrar en lo más profundo de nuestro corazón.
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