¡Quizás no,
seguro, que el Señor nos habla! Pero, posiblemente, distraídos por las cosas de
este mundo, o, lo más probable, porque queremos que se haga nuestra voluntad, pensamos
que el Señor desoye nuestras oraciones tanto de súplicas como de gracias.
¡Ven, Espíritu Santo!, llena mi vida de la luz que viene de lo alto; llena mi vida de fortaleza, sabiduría y paz para que sea fiel testimonio de la Buena Noticia que nos trae Jesús, el Hijo de Dios Vivo. ¡Ven Espíritu Santo!, enciende mi vida y llénala de tu Amor.
Y no es así. Nos oye, escucha y sabe lo que realmente necesitamos. Él es el único que sabe lo que nos conviene. Y, como Buen Padre, sabe lo que tiene que darnos para nuestro bien y salvación. Es esa su Voluntad, la de amarnos misericordiosamente y de que seamos felices eternamente. Por tanto, olvidemos nuestra voluntad, y acojamos la Suya. Es la que nos salva y nos lleva a estar con Él eternamente.
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