En alguna ocasión
he compartido esa sensación de gozo y felicidad que tiene que ser el hablar con
el Señor. Precisamente, lo que llamamos orar. Porque, hablar con Jesús debe ser
un gozo inenarrable que nos llene de entusiasmo,
Eso te pido,
Señor, un corazón como el Tuyo para poder amar y ser misericordioso como Tú, mi
Señor, lo eres conmigo. Dame un corazón como el de María, tu amadísima Madre,
desprendido, generoso, paciente, comprensivo, humilde y, sobre todo, firme y
fiel a tu Palabra.
No es cuestión de preocuparse poque no lo sintamos. Ese, precisamente, es mi caso, que hoy comparto. Y supongo que también el de muchos. No olvidemos que todo es don de Dios, y Él decide a quién y cómo. A nosotros nos toca esperar, aguardar y aceptar. Y, sobre todo, perseverar, sabiendo que es nuestro Padre, y que nos dará siempre lo mejor, lo que nos conviene y esa plena felicidad eterna.
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