La realidad nos
demuestra que donde hay verdadero amor, sobra la ley. Y, al contrario, sucede
que cuando falta el amor, la ley se convierte en tiranía y azote de los más
pobres y débiles.
Es evidente que el
hombre busca la felicidad. Una felicidad que le dé paz y gozo eterno. Pero,
erróneamente la busca en el mundo, cuando sólo está en Ti, mi Señor. Haz que
sepa encontrarte, Señor, porque Tú eres esa felicidad que busco.
Por tanto, la mejor ley es el amor. Un amor que trate con igualdad los derechos de todos, y que sea respetada, para y por todos. Una ley que tenga en cuenta la naturaleza humana contemplada desde la misericordia y el amor por el que todos los hombres tienen la oportunidad de redimirse, arrepentirse y salvarse.
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