Cuando nos
esforzamos en buscar la verdad, justicia y misericordia, estamos, de alguna
manera, esforzándonos en entrar por esa puerta estrecha – de la que nos habla Jesús
- de nuestro corazón. Es, precisamente,
la puerta estrecha de ser último y no primero.
Señor, una sola
cosa te pido: Haz que mi fe, cada día, se fortalezca más, crezca en confianza y
amor, y, mi vida, aumente en misericordia, humildad y alegría en mi relación
con los demás.
Eso significa la
lucha contra el egoísmo, la suficiencia, el afán de lucro y de ser más que el
otro. Eso significa el esfuerzo por ser humilde y manso de corazón y de
reconocernos necesitados del Infinito Amor Misericordioso que nos ofrece
gratuitamente – y que no merecemos – de nuestro Padre Dios.
No estamos
destinados a morir. Simplemente, la muerte de este mundo es un paso para una
vida eterna, ya fuera de dolor, en la presencia de nuestro Padre Dios. Por
tanto, celebremos la vida y no la muerte, porque nunca habrá muerte.
Simplemente un paso de este mundo al otro.
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