La cuestión no
está en esperar, sino en vivir esa espera. Vivir en el esfuerzo diario de amar
como Él nos ama; de perdonar como Él nos perdona; de comprender como Él nos
comprende; de ser manso y paciente como Él es manso y paciente.
Guardar silencio
es signo de dominio, de control y de evitar el desenfreno, la reacción
incontrolada, no razonada y desproporcionada. Es dar protagonismo al tiempo
para que pase la tormenta, la agresividad, madure la soberbia y vuelva la
cordura, lo racional y el control de uno mismo.
Se trata de imitar
a nuestro Señor Jesús injertados en el Espíritu Santo, recibido en la hora de
nuestro bautismo. Porque, solos seremos vencidos por las seducciones del mal:
mundo, demonio y carne, los grandes enemigos del alma. Se trata, pues, de confiar
en su Palabra y, creyendo, esperar nuestra hora final o su prometida venida.
Mientras gozaremos de sabernos dentro del Reino de Dios.
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