La lucha no termina hasta el último suspiro de nuestra vida. En constante
camino, cargando la cruz de nuestro amor por los demás. Un amor insoportable si
no vamos acompañados y abiertos a la acción del Espíritu Santo. En Él está toda
nuestra esperanza.
Creo, Señor, que sobran mis palabras. La oración ya lo dice todo, o casi
todo. Simplemente, mi Señor, quiero confirmar que ese sigue siendo mi primer
deseo, la prioridad de mi vida, aunque reconozco mis debilidades y tentaciones
que tratan de apartarme de tu camino.
Un camino de cruz que nos exigirá en cada momento despojarnos de todo lo que mundanamente nos tienta y nos inclina a poner al Señor y el amor al prójimo en el segundo plano de nuestra vida. Necesitamos la asistencia del Espíritu de Dios y la fortaleza del alimento Eucarístico para soportarnos a nosotros mismos y vencernos de nuestras propias seducciones.
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