Puedes que tenga
la posibilidad de ver muchas cosas sorprendente que te hagan pensar o descubrir la presencia de Dios. Puedes, también, que pase por delante de ti y
no te des cuenta. Pero, bien lo uno o lo otro, si no tienes fe permanecerás
indiferente y pasivo.
Hace un momento
pensaba sobre el gran misterio de la Navidad. Tú, Señor, nunca lo podré
entender, te haces Hombre como yo, y te rebajas a mi condición, aunque sin
pecado, para enseñarme el camino, la verdad y la vida que me lleva a la
salvación. Toma mi vida, Señor.
San José, padre
adoptivo de Jesús, vivió esa realidad. Discernió sobre aquello tan
incomprensivo que vivió. No comprendía como podía haber sucedido eso con María
en la que confiaba mucho. Y, aun no llegando a comprenderlo, se fio de la
Palabra de Dios y creyó en ella y en la pureza de María. El reto lo tenemos
nosotros ahora.
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