No deja de ser
llamativo como pudo Isabel experimentar ese salto de gozo y alegría de la
criatura que llevaba ya en su seno, sin saber nada al respecto, al escuchar el
saludo de María. Juan anuncia ya, desde el seno de su madre, de alguna manera
la presencia del Señor.
Señor, esa es mi
intención, la que siempre me ha guiado por la vida. Sin embargo, sé de lo débil
que soy y lo fácil que puede resultar seducirme y desviarme del camino que me
lleva a Ti. Señor, dame la fortaleza, sabiduría y paz para nunca separarme de Ti.
Y, quizás, también nosotros, desde la hora de nuestro bautismo estamos también llamados a dar ese salto de alegría y gozo al darnos cuenta de que somos hijos de Dios y, como hijos, llamados al banquete eterno al que el Señor, nuestro Padre nos invita. No dejemos pasar esa invitación que nos hace eternamente felices.
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