Es evidente que
todos buscamos sanar. La enfermedad nos asusta y nos entristece. Trae dolor y
sufrimiento y nadie la queremos. Pero, también sabemos que por mucho que nos libremos
de ella, volverá de nuevo a amenazarnos y a atacarnos.
Necesito, Señor,
tu Espíritu. Ese mismo Espíritu que bajó a Ti en el Jordán a la hora de tu
bautismo. Ese mismo Espíritu, que también vino a mí en el instante de mi
bautismo, para que me fortalezca, me dé la sabiduría de mirarme a mí mismo y
ver mi semejanza contigo, Señor.
Queramos o no siempre estaremos dispuestos a contraer alguna enfermedad que nos aparte de este mundo. Y de la misma manera que lo iniciamos, partiremos. La verdadera sanación es partir con nuestro pecados cometidos perdonados, por y gracia a la Misericordia de Dios. Porque, aunque nunca lo mereceremos, su Amor y Misericordia son Infinitos.
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