También tú, y yo,
y todos, hemos recibido el Espíritu Santo en la hora de nuestro bautismo. No
uno parecido, sino el mismo, que recibió Jesús en el Jordán, y concibió en María
la encarnación del Hijo. Y en Él, por su acción, estamos llamados a proclamar
la Buena Noticia.
Madre, dame la
fortaleza, humildad, paciencia y, sobre todo la fe, que tú tuviste y sostuviste
en el camino, hasta llegar al pie de la Cruz donde viste crucificar a tu Hijo y
compartiste su dolor y sacrificio. En tus manos pongo mi vida y confío que asido
a ti pueda también llegar al pie de la Cruz junto a tu Hijo.
Ahora, no por eso
podemos y debemos hacer lo mismo. Hay diversidad de carismas – 1ª Corintios 12,
4 – y cada cual, según los carismas recibido, deberá esforzarse en dar a
conocer esa Buena Noticia. Sin imposiciones, ni aspavientos, sino con humildad,
sencillez y poniendo su vida al servicio de los más necesitados con amor y
misericordia y en manos del Espíritu Santo.
Todo lo que viene
de este mundo y se goza en este mundo es cosa que también desaparece con este
mundo. Por lo tanto, lo verdaderamente inteligente es vivir y hacer cosas que
valgan para el otro mundo, porque ese será eterno.
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