Sabemos que la
muerte llegará, pero desconocemos cómo, cuándo o dónde. Para un cristiano, ese
será el momento más glorioso: el encuentro definitivo con el Padre Dios y la
resurrección a la vida eterna.
Gracias, Señor,
porque sigo adelante, pues estoy en tu presencia, al menos la busco, y porque,
a pesar de mis circunstancias, caídas, errores, egoísmos, debilidades y
pecados, estoy delante de Ti, con el deseo de seguirte. Amén.
Por eso es vital vivir siempre preparados. Esta conciencia nos mueve a un esfuerzo diario por cumplir la voluntad de Dios, que no es otra que actuar con amor misericordioso en cada momento. Así, la muerte no nos sorprenderá con las manos vacías, sino con el corazón lleno de amor.
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