Nadie pone en duda que lo que todos buscan es la
felicidad, que se traduce en bienestar, en seguridad y en paz. Pero todos
también sabemos que, por mucho que la persigamos, aquí no se encuentra en
plenitud. Nuestra máxima aspiración es acercarnos lo más posible.
Necesito, Señor, tu mirada, tu aliento y tu compasión. Sin tu presencia me desplomo, la
oscuridad toma mi vida y la angustia se apodera de mi alma. Señor, pon tu
mirada en mis ojos y has que mi la luz se haga en mi vida para que sepa caminar
hacia Ti.
Dentro de cada uno arde una chispa de felicidad eterna que nunca se apaga, por más que tratemos de silenciarla. Esa llama viva en el centro del corazón es la prueba de que hemos sido creados para la plenitud, para vivir eternamente en el gozo de Dios.
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