El
poder carece de nombre para Dios, pero el pobre sí lo tiene. Lázaro, como cada
excluido de este mundo, ocupa un lugar privilegiado en el corazón de Dios. Son
ellos quienes necesitan nuestra atención, nuestra generosidad, nuestro amor.
Señor,
sé que a veces me engaño a mí mismo disculpándome de mis propios errores. No
quiero caer en los mecanismos de defensa que tapan y justifican mis pecados.
Quiero aceptarlos, mostrarme tal cual soy delante de Ti. Señor, transforma mi
corazón.
La
parábola del rico epulón nos recuerda que el desamor no queda sin respuesta:
quien se cierra al sufrimiento del hermano, construye un abismo que ni siquiera
la muerte puede cruzar.
En
cambio, quien se abre al necesitado siembra ya en esta vida la recompensa
eterna. Y cómo dice la sabiduría popular: «Todo se paga en la otra vida».
Quien sufre ahora será consolado; quien ignora el dolor ajeno, sufrirá el peso
de su indiferencia.
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