A veces buscamos las cruces fuera de nosotros sin
darnos cuenta —ciegos por el pecado— de que ya las llevamos dentro, revueltas y
amasadas con la buena tierra de nuestro corazón. Solo bien abonada y cultivada
dará buenos frutos.
Sé que habrá momentos de tormenta en mi vida; sé que
debo de cargar con mi cruz con fe y esperanza; sé que el dolor llegará, pues
sin dolor no hay arrepentimiento, pero, también sé que Tú, mi Señor, estás
siempre a mi lado.
La cizaña, tanto la exterior como la interior, son esas cruces que nos van a exigir lucha, paciencia y firmeza. Pero, sobre todo, fe y esperanza. Y en esa lucha interior, será muy importante no olvidarnos del Espíritu Santo, que nos acompaña, nos fortalece y nos guía con su luz.
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