Los
malos deseos están siempre al acecho. Aprovechan la debilidad de nuestro
corazón para, una vez abierta la puerta, entrar dentro y seducirnos con las
tentaciones que nos llevan al mal.
Gracias, Señor, por sentirme bien;
gracias, por no desear nada más y por conformarme con lo que tengo, que, para
mí, es suficiente. Me siento muy agradecido, pero, sobre todo, Señor, por tu
presencia, tu Amor y Misericordia.
No nos damos cuenta del peligro. Son demonios educados, seductores y sabedores del momento propicio para horadar nuestro corazón, seducirnos y, engañados, contaminar de mal nuestra vida.
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