Hay en lo pequeño, en lo débil y descartado, un
secreto oculto, una fuerza de transformación que necesitamos cuidar. Quizás
muchos de nosotros seamos esos ángeles que otros muchos esperan.
Cada día de mi vida, a pesar de sus dificultades,
errores y fracasos, Tú, Señor, le das sentido, me llenas de esperanza y me
animas a seguir mi camino en el esfuerzo de mejorar todos mis fallos. Tu
presencia está en el centro de mi corazón.
Así es Dios con cada uno de los seres humanos: cuida su vulnerabilidad para que brote de ella una fuente de humanidad. Esto lo hace a través de sus ángeles, que custodian nuestra común fragilidad. Él siempre permanece junto a nosotros.
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