Este es el
riesgo que corremos hoy: que, una vez cerrada la vía del temor, tampoco
recorramos la otra, la única auténtica —la del agradecimiento—, y permanezcamos
inmóviles, instalados en un bienestar aletargado que no nos deja cambiar.
Quizás,
nunca le hemos dado importancia, pero, todos tenemos un ángel de la guarda que
nos acompaña y nos protege. En mi caso particular, en algunos momentos de mi
vida he sentido que él me ha salvado la vida.
Quizá por
eso muchos dejan escapar la oportunidad de la salvación: aferrados a su
orgullo, a su indiferencia y a un cerramiento interior que les impide escuchar
la Palabra capaz de responder a los interrogantes más profundos de sus
corazones.
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